Tus hijos observan lo que haces.
Puedes explicarles mil veces que deben:
Ahorrar.
Que es importante invertir cada mes, aunque sea poco.
Que hay que valorar el dinero, no malgastarlo.
Pero si te ven derrochando, comprando cosas que no necesitas, saltándote tus propios principios financieros… tus palabras se las llevará el viento.
Porque los hijos no aprenden con discursos, aprenden con el ejemplo.
Puedes sentarte con ellos a explicarles cómo manejar su paga, o qué hacer con el dinero que les han regalado los abuelo, pero si tus actos contradicen tus palabras, ese esfuerzo no dejará huella.
La coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos es el lenguaje más potente que existe.
No se trata de ser perfectos, se trata de ser conscientes.
Demostrar hábitos financieros saludables en el día a día.
Enseñar con nuestros actos que el dinero es una herramienta, no un fin.
Demostrar con hechos que el consumo consciente es una forma de libertad.
Nuestros hijos van a aprender más observándonos que escuchándonos.
La educación financiera empieza con tus palabras, pero se consolida con tu ejemplo.
P.D. Por si puede ser de tu interés tego una Mentoría financiera para jóvenes y mayores.